El Cuerpo de Deseos

El Cuerpo de Deseos
Prometeo Encadenado

sábado, 6 de marzo de 2010

Las causas de la mortalidad infantil - en vimeo y en you tube -


Capítulo X

LAS CAUSAS DE LA MORTALIDAD INFANTIL

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https://www.youtube.com/watch?v=dtr4ODlKD6g&feature=youtu.be

Se pregunta frecuentemente porque mueren los niños. Las causas son múltiples. Una de ellas es la muerte en la vida precedente, bajo las circunstancias horripilantes de un accidente por incendio o en el campo de batalla, pues en tales condiciones el Ego, no pudo concentrarse debidamente en el panorama de su vida. Este es también el caso cuando las lamentaciones de sus parientes fueron un impedimento para la debida concentración. En consecuencia la grabación de las experiencias de la vida sobre el cuerpo de deseos es muy débil, lo que origina una vida purgatorial y celestial (en el Primer Cielo) insípidas.

En esos casos el Ego no cosecha lo que sembró y, por lo tanto, puede cometer las mismas tonterias o pecados vida tras vida. Para remediar esto, debe ser impresa la requerida lección en el nuevo cuerpo de deseos que el Ego se forma para su próximo renacimiento. En su descenso hacia el renacimiento, el Ego está siempre inconsciente, cegado por la materia en que se sumerge, igual como nosotros estamos cegados al entrar en una casa en un día de sol. Sólo después del nacimiento vuelve la conciencia en cierta medida. Entonces, cuando debido a la muerte, el Ego pasa al Primer Cielo, se le enseña allí objetivamente y de un modo distinto, la lección que debía haber aprendido en la vida precedente terrena. Cuando la lección ha sido aprendida e impresa sobre el cuerpo de deseos antenatal, entonces el Ego renace sobre la Tierra y continúa su desarrollo de la manera ordinaria.
Los niños que mueren antes de los siete años no son responsables ante la Ley de Consecuencia, pues, sólo han nacido con sus cuerpos denso y vital. Aún a los doce y hasta los catorce años su cuerpo de deseos está en proceso de gestación y como lo que no ha sido vivificado no puede morir, solamente los cuerpos vital y denso son los que se desintegran cuando muere un niño. El cuerpo de deseos y la mente permanecerán hasta el nuevo nacimiento. Por lo tanto el niño no pasa por todo el camino de un ciclo de vida, que hace el Ego habitualmente, sino que asciende directamente al Primer Cielo, donde aprende
las lecciones que necesita y después de esperar allí de uno a veinte años, renace otra vez, frecuentemente en la misma familia como un hermano o una hermana menor.
Entonces, cuando los tres días y medio que siguen a la muerte transcurren en un ambiente de paz y quietud, el hombre puede concentrarse mucho mejor sobre el panorama de su vida pasada y la grabación sobre el cuerpo de deseos será más profunda y plena que si lo estorbasen con histéricas lamentaciones de los parientes u otras cosas. Sentirá por lo tanto más agudamente en el Purgatorio y en el Primer Cielo, todo el bien o el mal y en vidas posteriores, este sentimiento agudo le hablará en voz clara y terminante. Sin embargo, cuando las lamentaciones de los parientes disturben su atención o cuando el hombre muere en un accidente -sea en una calle llena de gente o en un percance ferroviario o en un incendio teatral o bajo otras circunstancias horripilantes- por supuesto que no habrá entonces ninguna oportunidad para la debida concentración. Tampoco puede concentrarse si lo matan en un campo de batalla. Pero no sería justo que pierda las experiencias de su vida por pasar de este mundo indebidamente y, por lo tanto, la Ley de Causa y Efecto le ofrece una compensación.
Generalmente creemos que cuando nace un niño, nace y se acabó; pero así como durante el período de la gestación el cuerpo denso está protegido contra los impactos del mundo externo, dentro de la matriz de su madre, hasta que ha alcanzado la suficiente madurez y desarrollo, como para soportar las condiciones externas, así también ocurre algo similar con el cuerpo vital, el de deseos y la mente, que permanecen en estado de gestación y nacen en períodos posteriores, pues no tienen tras de sí una evolución tan larga como la del cuerpo denso. De ahí que necesiten un tiempo mucho mayor para alcanzar un grado de madurez suficiente para poderse individualizar. El cuerpo vital nace a los siete años, cuando el período de crecimiento excesivo señala su advenimiento. El cuerpo de deseos nace alrededor de los catorce años, que marca el período de la pubertad y la mente nace a los veintiún años, cuando el niño se convierte en un hombre o en una mujer mayor de edad.
Lo que no ha nacido no puede morir naturalmente, de manera que cuando un niño muere antes del nacimiento de su cuerpo de deseos, pasa directamente al Primer cielo del mundo invisible. No puede ascender al Segundo y Tercer Cielo, porque ni la mente ni el cuerpo d deseos han nacido todavía y no pueden morir. De manera que tiene que esperar simplemente en el Primer Cielo, hasta que se presente una nueva oportunidad para renacer y si ha muerto en su vida pasada en las horribles circunstancias ya mencionadas (por accidente o en el campo de batalla o en circunstancias en que sus parientes por sus lamentaciones hicieron imposible que obtuviera una impresión profunda tanto del mal como del bien cumplidos en la vida, como hubiera ocurrido si le hubiesen permitido morir en paz), entonces se le da instrucción cuando muere como un niño en la próxima vida, en lo relativo al efecto de las pasiones y de los deseos, de manera que pueda aprender así las lecciones que debió haber aprendido en la vida purgatorial, si hubiera podido quedar al morir sin perturbaciones. Entonces renace con el debido desenvolvimiento de su conciencia, para que pueda continuar su evolución.
Debido a que en el pasado el hombre era muy guerrero y no cuidaba mucho a los parientes que pasaban al otro mundo y por ignorancia hacía largos velatorios para los que habían muerto en su lecho (los que eran pocos en  comparación con los muertos en el campo de batalla), debido a todo eso, forzosamente había y hay todavía mucha mortalidad infantil. Pero a medida que la humanidad llegue a un mejor entendimiento de las cosas y comprenda que en ningún momento somos a tal grado los guardianes de nuestros hermanos como cuando ellos se van de este mundo y podemos ayudarlos enormemente quedándonos quietos y rezando -cuando comprendamos todo esto- entonces, la mortalidad infantil no existirá en tan gran escala como ahora.
Esto se hace comprensible si consideramos la apacible acción del cuerpo vital, comparándola con la del cuerpo de deseos, en un acceso de cólera, como cuando lo observamos en un hombre que pierde todo "control" de sí mismo.
Bajo tales condiciones los músculos se ponen duros y la energía nerviosa se expande con una aceleración matadora, con el resultado que después de una explosión tan violenta, el cuerpo denso puede quedarse postrado durante semanas. El trabajo más pesado no acarrea tanta fatiga, como un acceso de ira; también un niño concebido en un acceso de pasión bajo la tendencia cristalizadora de la naturaleza de deseos, vive naturalmente un corto tiempo.
El cuerpo de deseos se convierte en árbitro del destino del hombre en el Purgatorio y en el Primer Cielo. Los sufrimientos que ha tenido que soportar por la expurgación del mal y la alegría que experimentó contemplando el bien que ha hecho, se llevan como conciencia a la nueva vida, para que el individuo se abstenga de volver a cometer los errores de la vida pasada, incitándolo a hacer en mayor escala todo lo que fue causa de alegría en dicha existencia.
Cuando los parientes de la persona que muere están presentes en el cuarto mortuorio y empiezan a lamentarse histéricamente en el momento que el Espíritu se va y siguen haciéndolo durante los días siguientes, entonces el Espíritu que aún está en contacto muy estrecho con el Mundo Físico, se conmueve mucho por la desesperación de los seres queridos y no puede fijar bien su atención en la contemplación de su vida pasada. Así la grabación hecha en el cuerpo de deseos no será tan profunda, como hubiera sido si el Espíritu saliente fuera dejado en paz y tranquilo. Por consiguiente, los sufrimientos en el Purgatorio no serán tan agudos, ni las alegrías en el Primer Cielo tan grandes y, por lo tanto, el Ego, al volver a la Tierra, habrá perdido el resultado de una parte de las experiencias de su vida pasada. Es decir, que la voz de la conciencia no le hablará con tanta insistencia, como hubiera sucedido si el Ego fuera dejado tranquilo, sin que lo estorben las lamentaciones.
Para remediar esta falta, el Ego generalmente renace entre las mismas personas que lamentaron tanto su pérdida, pero se le hace morir en los años de la infancia. Entonces el Ego entra en el Mundo del Deseo, pero como un niño no comete pecados que deben expurgarse, su cuerpo de deseos y la mente quedan intactos y, por lo tanto, va directamente al Primer Cielo. Allí espera la oportunidad de una nueva encarnación y ese tiempo de espera se aprovecha para darle lecciones respecto al efecto de las diferentes emociones, buenas y malas. A menudo hay alguno de su familia, estando a su cargo la enseñanza de todo lo que haya perdido por las lamentaciones histéricas de los parientes; o bien otros le dan las lecciones. En una palabra, la pérdida está más que recuperada y, por lo tanto, cuando el niño regresa a su segundo nacimiento tendrá tanto crecimiento moral como el que hubiera tenido bajo circunstancias normales, sin las lamentaciones perniciosas en el momento de la muerte.
Cuando una persona se va de este mundo en circunstancias extraordinarias, como un incendio o un accidente ferroviario o repentinamente cayéndose de un edificio o de una montaña o en el campo de batalla o cuando las lamentaciones de los parientes en torno del lecho del recién fallecido no lo dejan concentrarse sobre el panorama de la vida, entonces la grabación en los dos éteres superiores, los éteres luminoso y reflector y su amalgamación con el cuerpo de deseos, no se produce. El hombre entonces no pierde la conciencia y como no hubo ninguna grabación en los éteres superiores, no tiene existencia purgatorial. Es decir, él no cosecha lo que sembró y, en consecuencia, no sufre por el mal que ha hecho y no siente alegría por sus buenas obras. Los frutos de su vida se han perdido.
Para remediar este gran desastre, al comenzar el Espíritu su próxima vida terrena se le hace morir durante la infancia, pero sólo muere su cuerpo físico, pues el cuerpo vital, el cuerpo de deseos y la mente que no nacen hasta los siete, catorce y veintiún años respectivamente, se quedan con el Espíritu que parte. Lo que no ha nacido, no puede morir por supuesto. En el Primer Cielo el Espíritu permanece de uno a veinte años, donde recibe lecciones objetivas de lo que hubiera aprendido, si no fuera por el accidente que terminó su vida.
Y así renace preparado para ocupar su debido lugar en el sendero de la evolución.
En el Mundo del Deseo es muy fácil dar lecciones objetivas de la influencia de las buenas y malas pasiones, de la conducta y de la felicidad. Estas lecciones se imprimen indeleblemente sobre el sensitivo y emotivo cuerpo de deseos del niño y lo acompañan después de su nacimiento, así que muchos de los que llevan una vida noble, lo deben a que han estado sometidos a ese desarrollo. A menudo, cuando nace un Espíritu débil, los Seres Compasivos (los invisibles guías que dirigen nuestra evolución) lo hacen morir en una edad temprana para que pueda gozar de ese desarrollo extra ayudándolo así a soportar lo que pudiera haber sido para él una vida muy dura. Éste parece ser el caso, especialmente cuando la impresión en el cuerpo de deseos fue débil debido a que las personas que rodeaban al moribundo lo perturbaron con sus lamentaciones o por haber muerto por accidente o en un campo de batalla.
Bajo esas circunstancias el muerto no ha experimentado la intensidad de sentimientos apropiada en su estado post-mortem y, por lo tanto, cuando renace y muere en edad temprana, aquella pérdida se recobra en la forma indicada más arriba. Muy a menudo el deber de cuidar a ese niño en la vida celeste recae sobre aquellos que fueron causa de esa anomalía. Se les proporciona así una oportunidad para reparar su falta y aprender a obrar mejor. O también pueden ser los padres del recién nacido y cuidarlo durante los pocos años que viva. Entonces nada importará que se lamenten histéricamente cuando el niño muera, porque en el cuerpo vital infantil no hay recuerdos o imágenes de ninguna consecuencia.

del libro "El Cuerpo de Deseos", de Max Heindel

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